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El lanzamiento de bombas incendiarias por parte de los aliados sobre la población civil, justificados por un militar norteamericano que quería "ver las cenizas bailar", es uno de los episodios más dramáticos de la Segunda Guerra Mundial.

El nombre en clave de la operación fue Meteenghouse y había empezado el 9 de marzo de 1945 en las islas Marianas. En el documental Thirty seconds over Tokyo (Treinta segundos sobre Tokio) vemos a los soldados norteamericanos tomando una ducha o cargando las bombas de napalm en los aviones, mientras de fondo el espectador escucha música de jazz. El documental muestra la estampa de un día más durante para el ejército norteamericano, y el total desconocimiento por parte de miles de civiles sobre el hecho de que, en apenas unas horas, perderían la vida o que esta iba a transformarse para siempre. La primera oleada del ataque estaba formada por 54 aviones y la segunda, por 271 bombarderos más. Sus órdenes eran arrasar Tokio en menos de 24 horas. La operación estaba diseñada para las doce de la noche del 10 de marzo, ya que según el alto mando estadounidense era la forma más fácil de pillar dormidos y desprevenidos a los habitantes de la ciudad y la manera de causar un mayor número de víctimas. Bombardear por la noche siempre es más mortífero para la población civil.

 

EL INFIERNO EN LA TIERRA

Las escuadrilla de bombarderos norteamericanos B-29 descargó unas 1.665 toneladas de bombas incendiarias sobre la zona este de Tokio arrasando un área de aproximadamente 41 kilómetros cuadrados. En la mortífera descarga, los aviones lanzaron bombas de racimo que los estadounidenses rebautizaron como "tarjetas de visita de Tokio". Una vez tocaban tierra, estos artefactos derramaban su contenido letal de fósforo blanco y napalm, un pegajoso gel de gasolina que los laboratorios de la Universidad de Harvard habían desarrollado hacía poco.

La atmósfera en Tokio llegó a alcanzar los 980 grados. Hirvió el agua de ríos y canales y se fundieron los cristales de las ventanas. El fuego consumió con rapidez las casas japonesas que estaban construidas con madera y papel, pensadas tan solo para resisitir a los terremotos. Unos 260.000 hogares fueron arrasados hasta los cimientos y al menos 105.400 personas murieron en una ciudad de tres millones de habitantes. Se fundieron, literalmente. El general norteamericano que organizó la operación, Curtis LeMay, se jactó del éxito obtenido diciendo: "Los hemos tostado y horneado hasta la muerte".

 

UNA TRAGEDIA SIN APENAS RECUERDO

La operación fue considerada un gran éxito por el gobierno norteamericano. Los pilotos y sus mandos fueron tratados como héroes, aunque algunos, como el oficial Claude Eatherly, el piloto que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima a bordo del Enola Gay, nunca creyeron que para vencer al enemigo se tuviera que llegar a esos extremos de barbarie. Washington justificó la actitud del piloto alegando una supuesta locura, y Eatherly fue recluido en un hospital para veteranos y tratado como un paria. Eatherly, sin embargo, no estaba loco, como demuestra la correspondencia que mantuvo con el filósofo y pacifista alemán Günther Anders. Estas cartas fueron publicadas en el libro Burning Conscience(traducido al español como Más allá de los límites de la conciencia), un documento que trata del miedo, la irracionalidad y la desesperación. Günther Anders fue tachado de "comunista" y declarado persona non grata en Estados Unidos.

Según datos de las autoridades japonesas, La Operación Meetinghouse fue el bombardeo aéreo con más víctimas inmediatas de la historia, por encima de los efectuados en Hiroshima y Nagasaki. Las dos bombas atómicas lanzadas en agosto de 1945 acabaron con la vida de entre 80.000 y 74.000 de personas, y durante años las víctimas fueron aumentando debido a los efectos colaterales de la radiación. La magnitud de esta tragedia, que tuvo lugar cinco meses después, sepultó para siempre el recuerdo del bombardeo de Tokio, que apenas cuenta con un museo conmemorativo: The Center of the Toyo Raid and War Damages (el centro de la incursión de Tokio y los daños de la guerra), en realidad un pobre y pequeño museo que muestra el horror de ese 10 de marzo y que casi nadie conoce ni visita; permanece escondido en un barrio de la capital e incluso la mayoría de habitantes de Tokio ignoran su existencia. En sus muros se muestran fotografías de cadáveres carbonizados, irreconocibles, e imágenes de los amasijos de ruinas donde los miembros de los equipos de rescate trabajaban, con picos, buscando supervivientes.

 

UN "ATAQUE" JUSTIFICADO

Sorprendentemente, el 10 de marzo de 1945 tampoco ha sido objeto de actos de homenaje tan importantes como los que se realizan cada año en las dos ciudades devastadas por la bomba atómica. Antes de morir, el responsable intelectual de la operación, Robert S. McNamara, secretario de Defensa en el momento de los bombardeos, pidió disculpas por el ataque, aunque sin dejar de justificarlo declaró: "In order to do good you have to sometimes engage in evil" (para hacer el bien, a veces tienes que hacer el mal). Por su parte, el general Curtis LeMay, comandante del Comando de Bombarderos XXI y responsable material de los ataques, consideraba que lo inmoral no era matar a 100.000 personas en una nochelanzando bombas incendiarias, sino que lo realmente imprudente hubiera sido no hacerlo y perder a miles de soldados norteamericanos en la batalla: "Creo que si hubiéramos perdido, yo sería tratado como un criminal de guerra", declaró.

Las historias que explican los supervivientes de la Operacion Meetinghouse en ambos bandos son estremecedores. Ambos cuentan cosas parecidas. Al día siguiente después del ataque, el silencio era opresivo. Por la calles de Tokio, los supervivientes carbonizados, muchos de ellos con la ropa chamuscada en sus cuerpos, deambulaban por las calles entre el humo y las ruinas buscando algo que poder salvar. Había poco o nada. Una mujer de 83 años, superviviente de aquel infierno dijo: "Todavía puedo recordar claramente a la gente corriendo en todas las direcciones a través de las llamas. Creo que nunca más deberíamos participar en una guerra". Hasta el día de su rendición, el 15 de agosto de 1945, Japón sufrió mas de doscientos bombardeos sobre sus ciudades.

 

LOS CIVILES, LOS ÚNICOS DAMNIFICADOS

En la película La tumba de las luciérnagas, del director Akiyuki Nosaka, se narra la desoladora historia de los hermanos Seita y Setsuko. Ambos sobrevivieron durante unos pocos días entre las ruinas de la destrucción de la ciudad de Kobe, también bombardeada por los norteamericanos. La historia está basada en hechos reales que el propio Nosaka contempló cuando era un muchacho de quince años que tuvo que sobrevivir como un vagabundo en Kobe. La pequeña Setsuko, de cuatro años, murió de inanición en una cueva y su hermano Seita, en una estación de tren un mes más tarde. Ese fue el cruel destino que sufrieron muchos japoneses. El cruel destino de la población civil en cualquier conflicto.

 

Autor: National Geographic

 

 

 


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