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Por Ramón Peralta

Una sociedad como en la que vivimos donde el culto al triunfo del personalismo se etiqueta como la última meta a lograr, la suerte de los menos favorecidos, conocidos como los pobres, no se toma mucho en cuenta porque es un símbolo del fracaso. Así mismo, su destino es olvidado en los medios en los que cada día se exponen las extravagancias y los placeres de aquellos que ostentan el dinero y la fortuna. Sus lujosas mansiones, yates, carros, extravagantes vestidos y minucias de cada día se convierten en modo de entretenimiento, dando lugar a que el ciudadano común ponga mas atención a estos eventos que aquellos de trascendencia social y política que moldean la sociedad donde viven.

En ese sentido, no es curioso que un ciudadano cualquiera esté mas al tanto del vestido y las prendas que usó Jennifer López en sus bodas que la suerte que hoy corren los niños que fueron arrebatados a sus padres en la frontera como si se trataran de vulgares criminales y depositados en hogares totalmente desconocidos por ellos y sus padres. La acción fue ejecutada durante la administración Trump pero todavía muchos de esos niños no han sido entregados a sus padres sufriendo las devastadoras consecuencias que un hecho como ese produce en la evolución psicológica de un ser humano.

En un acucioso trabajo de investigación llevado a cabo por Cartlin Dickerson para la revista Atlantic sobre el impacto psicológico de la separación de niños de sus padres en la frontera, pone claramente de manifiesto la crueldad de la política y como de una manera descarada se puso en juego las vidas de miles de niños como si fueran animales y no seres humanos. La autora destaca como la tragedia fue manipulada de tal manera que nunca se pudo sacar a la luz pública los verdaderos responsables de tan inhumana política de la administración Trump.

En el trabajo se expone como numerosos niños fueron depositados en lugares totalmente desconocidos y extraños para ellos, aunque con un personal con mucha conciencia del trabajo que debían realizar para mitigar el trágico daño psicológico que sobre caía en los pequeños seres. Específicamente hace mención a las experiencias de Cynthia Quintana, empleada del centro de atención de refugiados Bethany Christian Services, quien tuvo la oportunidad de atender varios casos de niños recién llegados al centro. Cynthia relata como muchos de los niños que recibió, dejaron en ella una profunda sensación de frustración al confrontar el sentido de abandono que experimentaban los niños llevados al centro. Pone el caso de un niño, que después de localizar a su padre por teléfono, ambos en vez de conversar, como es lógico que suceda en esta circunstancia entre un padre y un hijo, explotaron en lloro como expresión de la profunda frustración motivada por la separación y la incapacidad del padre de poder entender la separación de su hijo. La autora describe el acto de la manera siguiente: “En la siguiente sesión, el niño se retorcía en su silla mientras Quintana llamaba al centro de detención y conseguía que su padre se pusiera al teléfono. Al principio, el padre estaba callado, me dijo. Finalmente le dijimos: Su hijo está aquí. Puede oírlo. Puede hablar ahora. Y se notaba que se le quebraba la voz; no podía. El niño llamó a su padre a los gritos. De repente, ambos gritaban y sollozaban tan fuerte que varios colegas de Quintana corrieron a la oficina. Finalmente, el hombre se calmó lo suficiente como para dirigirse directamente a Quintana. “Lo siento mucho, ¿quién es usted? ¿Dónde está mi hijo? Vinieron a la mitad de la noche y se lo llevaron”, dijo. “¿Qué le digo a su madre?”.

Experiencias como ésta eran frecuentes donde se ponían de manifiesto la rudeza y el desprecio por la vida humana. En ese sentido, la autora refiere el caso de otra empleada de Bethany Christian Services, cuando expresa: “Jennifer León, profesora en Bethany, estaba un día en su oficina cuando la empresa privada que transporta a los niños desde la frontera entregó una niña “como si fuera un paquete de Amazon.”

Cuando este espectáculo de mal gusto estaba en sus buenas, los políticos propaladores de la “libertad” y el “respeto de los derechos” en América permanecían callados. Claro, se trataba de aquellos seres humanos cuyas condiciones no cuentan por representar los grupos de la diáspora despojada. Ojalá que esos niños algún día recuperen su ser y puedan vivir una vida normal, aun cuando los responsables de su tragedia sigan tranquilos como si nada hubiese pasado.  

 

 

 


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